En un pueblecito, un hombre al ir todos los días a trabajar a la fábrica, se paraba frente al escaparate de una tienda del pueblo y miraba allí unos segundos. Después seguía su camino, Así lo llevaba haciendo por años, dos veces cada día.
El dueño del establecimiento estaba intrigado acerca de la conducta de aquel vecino. Siempre miraba en el escaparate pero nunca entraba en la tienda. Un día decidió preguntarle qué era lo que le hacía detenerse y mirar. Le esperó a que pasara y cuando llegó, le llamó.
Vecino- le dijo-llevo muchos meses observando que dos veces cada día usted se pone frente a mi escaparate, mira y luego se va. ¿Qué es lo que mira?
Le contesto:-Yo trabajo en la fábrica del pueblo y una de mis responsabilidades es tocar la sirena que indica la hora de entrada y salida del trabajo. Al ir cada día a la fábrica paso por aquí para comprobar con el reloj que usted tiene en la pared que el mío tiene buena hora. Si hay alguna variación pongo mi reloj con el suyo y así toco la sirena.
El comerciante le había estado escuchando primero con curiosidad y luego con gran asombro. Al terminar el hombre, le respondió:
-Pues mire lo que son las cosas de la vida, yo pongo la hora en mi reloj cuando escucho el toque de la sirena de la fábrica. Cada vez que suena la sirena, yo miro mi reloj y si hay variación, lo corrijo poniéndolo en la hora con el toque de la sirena.
Asi hay muchas personas en la vida que ponen el reloj de su existencia, según la hora que marquen los demás. No tienen nunca hora propia ni buscan puntos de referencia más altos. Otros también se fijan en ellos y ponen su reloj con el toque de sirena que ellos dan.
Nuestra guía debe ser la Palabra de Dios. Esta Palabra es tan clara que nadie tiene por qué extraviarse a menos que permita que sus tendencias heredadas y cultivadas lo lleven a hacer el mal. Nuestro Redentor enfrentó los arteros ataques del enemigo con las palabras: "escrito está." Que la Biblia sea en tu vida, "una lámpara a tus pies y una lumbrera en tu camino."
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