Cierto famoso empresario el cual era ateo, ordenó a sus empleados que el sábado por la mañana fueran al puerto para descargar un buque recién llegado. Un joven empleado suyo contestó tranquilamente: -Señor G, no puedo trabajar los sábados.
-Ya conoce usted el reglamento- le contestó el señor G.
-Sí Señor, lo conozco, y aunque soy el sostén de mi anciana madre, no puedo trabajar los sábados porque es el día del Señor.
-Bueno, pues, suba usted al despacho y el cajero le entregará su liquidación- dijo el señor G.
Por espacio de 3 semanas anduvo el joven buscando trabajo sin éxito. Cierto día se presentó un banquero al incrédulo señor G. preguntándole si podía recomendarle una persona honrada y fiel para ocupar el empleo de cajero de un banco que iba a abrirse. El empresario mencionó al joven que había despedido, recomendándolo como una persona con propósito.
Pero- dijo el banquero-, usted lo despidió.¿Porque me lo recomienda?
Sí señor- respondió el señor G-, lo despedí porque no quería trabajar los sábados , el día en que él va a la iglesia. Pero se lo recomiendo porque un hombre que puede perder su empleo por no violentar su conciencia y éste hombre le servirá muy bien como un cajero de confianza.
Si abrigáramos habitualmente la idea de que Dios ve y oye todo lo que hacemos y decimos, y que conserva un fiel registro de nuestras palabras y acciones, a las que deberemos hacer frente en el día final, temeríamos pecar. Recordemos siempre que dondequiera que estemos, y no importa lo que hagamos, estamos en la presencia de Dios. Ninguna parte de nuestra conducta escapa a su observación. No podemos esconder nuestros caminos al Altísimo.
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