Un médico encontró en la calle a un perrito con una pata quebrada. Al ver que el animalito se movía con dificultad, el doctor decidió llevarlo a su casa. Lo bañó, restauró el hueso en su lugar y le puso un entablillado para sostenerlo. A partir de ese momento, el perrito se encariñó con su benefactor.
Entonces ocurrió lo inesperado. Cuando el perrito sanó por completo, se fue de la casa. Después de buscarlo sin éxito alguno, el doctor sacó sus propias conclusiones. ! Qué perro tan malagradecido- pensó-. Estuvo en mi casa mientras necesitó mi ayuda, pero apenas sanó, desapareció del mapa.
Al día siguiente, el hombre escuchó un extraño sonido. Parecía que algo o alguien rasguñaba la puerta de la casa. Lleno de curiosidad, el doctor abrió la puerta y ! vaya sorpresa! Era el perrito. Había regresado, pero no estaba solo. A su lado se encontraba otro perrito, !también con una pata herida!. ( Helpings for the heart page 51)
El perrito sanado no pudo guardar el secreto. ¿Y quien lo podía culpar? ! El problema con los buenos secretos es que es muy difícil guardarlos! Ese fue el caso del leproso a quien Jesús, después de sanarlo, le ordenó que no divulgara la noticia . Pero apenas Jesús dio media vuelta, el pueblo se enteró de lo sucedido.
Amigos, lo mismo debería suceder con la mejor de todas las noticias: Que Jesús vino a este mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido ( Lucas 19:10), y que muy pronto regresará a esta tierra para llevarnos con él a casa.
¿No es esta una noticia demasiado buena como para mantenerla en secreto?
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