Un pastor y un barbero ateo se encontraban caminando en cierta ocasión por los barrios bajos de la ciudad. El barbero le dijo al pastor: -Esta es la razón porque no puedo creer en un Dios de amor. Si Dios fuera tan amoroso como dice que es, no permitiría tal pobreza, tanta enfermedad y tanta desesperación. El no debía permitir que esos vagabundos fueran unos adictos a las drogas y a otros vicios que destruyen el carácter. No, no puedo creer en un Dios que permite tales cosas.
El pastor guardó silencio, hasta que se encontraron con un individuo sucio y completamente descuidado. Su pelo le llegaba hasta el cuello, y la barba se veía enmarañada y sucia. Entonces el pastor dijo:
-Si usted fuera un buen barbero, no permitiría que un hombre como ése continúe viviendo en este barrio sin alguien que le corte el pelo y lo rasure.
-A lo que el barbero indignado, le contestó:
--¿Por qué me echa la culpa de la condición de ese hombre? Yo no puedo evitar que él sea como es. El nunca me ha dado la oportunidad de ayudarle. Si él viniera a mi barbería, en un santiamén lo arreglaría en tal forma que se vería como un caballero.
-El pastor, entonces, le dio una mirada penetrante al barbero y le dijo: ¿se da cuenta por qué no puede echarle la culpa a Dios? Porque la gente insiste en andar en los caminos de maldad, aunque Dios continuamente está invitando a los hombres a que acepten su salvación. La razón del porque esta gente permanece en la esclavitud de sus pecados y malos hábitos o vicios, es porque rechazan a Aquel que murió para salvarlos y libertarlos.
-El barbero vio con claridad el punto que le quiso enseñar el pastor.
Llamado: "Entonces venid y razonemos —dice el Eterno—. Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." Isaías 1:18
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