Dos amigos caminaban por la orilla de la playa cuando, de pronto, comenzaron a discutir. La discusión se volvió tan acalorada que uno le dio una bofetada al otro. Sin decir una palabra, el que había sido golpeado en el rostro escribió en la arena : "Hoy mi amigo me dio una bofetada".
Mas tarde ese mismo día los dos amigos se estaban bañando en la playa. Uno de ellos, el mismo que había sido golpeado, nadaba en aguas profundas cuando, de pronto, comenzó a ahogarse. Sin pérdida de tiempo, olvidando la rencilla que los había separado, su amigo nadó con todas sus fuerzas y logró rescatarlo. Después de haber recuperado sus energías y agradecido a su amigo por lo que había hecho, el joven rescatado escribió en una gran piedra: "Hoy mi amigo me salvó la vida".
Al observar esto, su amigo le dijo, curioso:
-Después que te golpeé, escribiste en la arena. Ahora que te salvé, escribiste en una roca. ¿Por qué?
-Cuando un amigo nos hiere- respondió el joven- tenemos que escribir la ofensa en la arena, para que los vientos del olvido borren ese ingrato recuerdo.
Pero cuando un amigo bendice nuestra vida tenemos que grabar su acción en la piedra, de modo que ningún viento, por fuerte que sea, pueda borrar jamás lo que ha hecho por nosotros.
¿Dónde estás escribiendo las ofensas que te han hecho tus seres queridos? ¿Por cuanto tiempo esos recuerdos van a herir tu corazón? ¿ Dónde estás registrando lo que esas mismas personas, u otras cercanas han hecho por ti? ¿Les has dicho lo mucho que agradeces ese favor, esa bendición?
Quiera Dios que, a partir de hoy mismo, escribas las ofensas de tus mejores amigos en la arena; y sus bendiciones, en la roca.
Promesa:
"Que la paz de Cristo reine en sus corazones porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo. Y sean agradecidos." (Colosenses 3:15)
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