Veintinueve años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el subteniente de Hiroo Onoda, un oficial de la inteligencia del ejército impedial del Japón, se rindió formalmente, con lo que puso fin a casi tres décadas de permanecer escondido innecesariamente en la selva.
El subteniente Onoda salió de la jungla de la isla Lubang, en las Filipinas, solo después que su comandante de los años de guerra le envió una copia de la orden de rendición del emperador Hirohito, emitida en 1945.
Cuando Onoda se convenció totalmente de que la guerra había terminado, regresó a su escondite, trajo su espada y se la entregó a un general de la fuerza aérea filipina. El hecho ocurrió en el día cuando él cumplió 52 años.
El subteniente Onoda fue descubierto por un estudiante japonés que estaba acampando en la isla Lubang. Onoda dijo que se rendiría solamente si su oficial superior ordenaba hacerlo. En 1944, dicho oficial le había ordenado quedar en la isla y espiar al enemigo "no importa lo que ocurra".
En 1972, soldados filipinos mataron a un guerrero japonés de la Segunda Guerra Mundial en un enfrentamiento, y otro soldado- presumiblemente- Hiroo Onoda- huyó. Cuando sus padres se enteraron del paradero de su hijo, estallaron en lágrimas.
Aunque las diferencias sean muchas, en algunos aspectos, la experiencia del subteniente Onoda guarda paralelismo con la de muchos profesos cristianos. Se unen al ejército cristiano, pero pierden contacto con su Comandante Supremo. Continúan peleando miserablemente contra el pecado, "no importa lo que ocurra", pero con su propia fuerza.
Están tan ocupados peleando y ocultándose del enemigo que nadie puede encontrarlos para decirles que la guerra entre el bien y el mal fue ganada por Jesús, y que cuando se rinden al Señor son victoriosos. No hay necesidad de seguir peleando solos; tan solo necesitan reclamar la victoria alcanzada por Cristo.
PROMESA PARA HOY:
Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de
nuestro Señor Jesucristo.
Así que, hermanos míos amados,
estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que
vuestro trabajo en el Señor no es en vano. ( 1 Corintios 15:57,58)
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