-Un bello atardecer, ¿verdad, abuela?
-Sí, María. He visto muchos atardeceres, pero nunca dos que sean exactamente iguales. Las estrellas que empiezan a brillar esta noche me hacen pensar en el farolero.
María no había escuchado acerca de este hombre, y le preguntó:
-Abuela, ¿y qué hacía el farolero?
- El farolero encendía las lámparas en los postes de las calles de la pequeña ciudad en donde yo crecí- le dijo la abuela-. Cuando yo era joven no había luz eléctrica, y en las noches oscuras la gente llevaba faroles cuando salía. Después aparecieron las maravillosas lámparas de gas. Mi casa estaba sobre una colina, y yo podía ver gran parte del pueblo. Al anochecer, el farolero comenzaba su trabajo. Llevaba una vara larga que tenía un gancho en la punta. Con este gancho abrió el gas en las lámparas y las encendía, y muy temprano en la mañana las apagaba.
¿Has pensado alguna vez que tú eres un farolero de Dios?
Si eres feliz y haces lo que puedas por otros; si eres amable y generoso(a), dulce y bueno (a), seguramente estarás encendiendo una lámpara que consolará y ayudará a alguien que vive en tinieblas y dificultades. Si eres fiel y honesto(a), alumbrarás el camino de otros que pueden estar sufriendo porque no saben adonde ir.
PROMESA:
"Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder."
Mateo 5:14
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